Los días jueves de cada semana están diseñados, junto con mi esposa, para hacer alguna actividad. Puede ser algo sencillo (y en general lo es) como ir a cine o ir a comer a un restaurante, pero siempre procuramos apartar el día para nosotros dos.
Sin embargo, no contábamos con su hermano, quien se nos apareció minutos antes en la puerta del apartamento preguntándonos adonde íbamos y si podía venir con nosotros.
Le dijimos que sí, por supuesto (con una leve sonrisa entre dientes).
Nos dijo que fuéramos a un lugar al que de hecho ni siquiera sabía cómo llegar. Así que empleando mi conocimiento limitado sobre las vías de la ciudad (no sé si a alguien más le pasa eso: haber vivido buena parte de su vida en el mismo sitio y no ubicarse muy bien), salimos en el auto en busca de ese lugar tan maravilloso que sí o sí teníamos que conocer ese día.
Después de varios intentos fallidos, llegamos.
Ordenamos en restaurantes distintos (el lugar en sí era el punto de reunión de seis o siete restaurantes al tiempo) y mientras comíamos, hablamos acerca de la novia inexistente del hermano de mi esposa, de un posible viaje a finales de este año a México y de cómo era posible que a sus treinta años aun él no tuviera pasaporte.
Nos reímos a un ritmo más acelerado de lo que podíamos comer.
De vuelta en el auto, en el camino de regreso, se me ocurrió desviarnos y coger carretera. Era de noche, probablemente las diez. Andaba a unos 80 km/h. Bajamos los vidrios del auto. La brisa golpeaba nuestros rostros pero aun así permitía oír las canciones románticas de la época de nuestros padres, que colocamos a todo volumen porque en el fondo las queríamos cantar con el alma.
Fue perfecto.
No podría expresar lo que ese pequeño instante de felicidad significó para mí. No pensaba en otra cosa. Estaba allí. Escuchando la música, sintiendo la brisa en mi cara, cantando (perdón, gritando sin absolutamente ninguna melodía) la letra de las canciones.
(Foto por Brooke Cagle - Unsplash)
Recuerdo que sonreí. Sonreí mientras vivía el momento, sonreí cuando llegamos de nuevo a casa, sonreí antes de acostarme a dormir.
SONREÍ.
Muchas veces, vivimos invaluables momentos que pasamos por alto. No nos damos cuenta de lo increíbles que son.
En el mundo de hoy, debemos sonreír más. Para ello:
Desconéctate de todo lo que no esté contigo en ese instante
Haz algo improvisado. No lo pienses tanto
Sé tu mismo
Sonreír debería ser la manera de decirnos a nosotros mismos que somos conscientes de lo que estamos viviendo.
Gracias por leer :)
Si te gustó la lectura, comparte este post aquí: