¡Feliz lunes!
Hoy me desperté recordando muchos periodos de mi vida.
Por ejemplo, recordaba cuando era niño y mi papá me permitía maniobrar el volante del auto que teníamos (subido sobre sus piernas por supuesto y él controlando la velocidad). O cuando, también de niños, mi hermana y yo lo acompañamos a un lugar fuera de la ciudad al que detestamos ir porque fueron horas y horas allí sin hacer mucho realmente, se me aflojó una muela y mi padre la sacó de un jalón con una servilleta.
Una de esas pequeñas experiencias que se quedará para siempre en mi memoria cada vez que piense en él, definitivamente.
No sé por qué hay experiencias que se vuelven tan parte de nosotros que son imposibles de olvidar.
Como esas dos.
Como la tarde en que viajé con mi mamá y mi hermana a Cartagena queriendo caminar por las calles del centro histórico, y las dos decidir de repente (y sin consultarme) que no querían dar un paso más aludiendo que era mil veces mejor montarnos en el auto y conducir. Es decir, sí porque hacía calor, pero no era la idea que tenía en la cabeza cuando mencioné el plan inicialmente. O como la tarde en la que a mi esposa y a mí se nos ocurrió jugar tenis al mediodía en una ciudad como Barranquilla, en la que la temperatura puede llegar a los 38°C y el sol puede quemarte la piel en un instante (o provocarte un infarto, la que ocurra primero). Recuerdo haber llegado a casa y acostarme enseguida. Mi esposa hizo lo mismo pero al lado mío y estando todo el tiempo pendiente de mí.
Son pequeñas fotos que hacen posible mirar hacia atrás y sonreír. Y pienso que la vida se trata de esos momentos tan cotidianos que hacen parte de nosotros.
Pero en el mismo grado en el que me permito recordar fragmentos de mi propia vida, sé que no debo enfocar mi mirada en el pasado.
Pensar en lo que ya fue no nos permite ver las oportunidades con las que contamos hoy.
Existen errores y situaciones que desearíamos no haber cometido o que hubieran ocurrido diferente. No obstante, pensar demasiado en ellos va crear un obstáculo para que podamos disfrutar nuestra propia vida.
Lo sé porque lo he experimentado de cerca. Lo sé porque le sucede a mi padre.
A mis 34 años, aun lo escucho hablar sobre cosas que pasaron hace veinte con la misma energía, con el mismo sinsabor, quizás hasta con el mismo arrepentimiento que seguramente sintió en ese entonces. No sé si esté bien, pero no he intentado detenerlo. Las ocasiones en las que he sentido el impulso me pongo a pensar en que no he atravesado por lo que él cuenta y que, por ende, nunca llegaré a comprenderlo totalmente. Entonces guardo silencio y escucho.
Con el pasar de los años, ya no creo que escuche sus palabras, sino la amargura de una herida que no cierra.
Y yo me pregunto, ¿de qué vale lo que vivimos si no para enseñarnos a apreciar lo que tenemos ahora?
¿Cuál es el sentido de todo lo que alguna vez nos pasó si no sacamos lo mejor y lo aplicamos a nuestra vida?
Y todo parte desde lo más tonto, desde lo más pequeño.
De no haberme casi muerto por la insolación el día que jugamos tenis al mediodía, no hubiera buscado horas más decentes para jugar y definitivamente no disfrutaría de una siesta con mi esposa al terminar y caer la tarde. De no haber conducido a través del tráfico en el centro histórico de Cartagena, hoy en día no le reclamaría a mi hermana y a mi madre por el tiempo que perdimos avanzando un metro por hora detrás de otro vehículo. De no haberme subido sobre las piernas de mi padre cuando tenía cinco o seis años, tal vez no tuviera la certeza de que a pesar de su ausencia también vivimos momentos felices.
Todo pasa y me hace feliz recordarlo, pero mi mirada se centra hacia adelante.
Recuerdo porque anhelo las sonrisas y, por qué no, también las tristezas. Recuerdo porque me mantiene con los pies en la tierra en cuanto a quién soy y de dónde vine. Recuerdo porque de otra forma cometería los mismos errores una y otra vez.
La imagen de mi padre me ha enseñado que el pasado sólo debe servir de inspiración y que inmediatamente después debemos pasar la página.
Esa es una de las claves para poder vivir en el momento.
Dejar atrás el pasado mientras sacamos el máximo provecho al día de hoy.