¡Feliz lunes!
Hace unas semanas, a mis amigos y a mí se nos ocurrió meternos en una piscina un sábado por la noche. Fue improvisado. Alguien propuso la idea y todos dijimos que sí. Uno de mis mejores amigos se iba de viaje por unas tres semanas y lo vimos como una manera de “despedida”. No despedida de él, sino de la piscina.
Sí, esas son el tipo de ocurrencias con las que salimos nosotros.
Pero mientras estábamos allí, entre el frío de la piscina y una mesa de ping pong a la que recurrimos con tanta frecuencia que otras personas nos piden permiso para poder utilizarla, haciendo las tonterías que ya todos estamos acostumbrados del otro, riéndonos a veces de las mismas historias de años y años de amistad, me di cuenta de que el ocupar un lugar en ese momento era, en realidad, la opción más difícil.
Lo más fácil era haber dicho que no.
Existía mucho que nos jugaba en contra. Los planes que ya cada uno tenía, el cansancio del día, la misma idea de que el agua seguramente iba a estar helada (y lo estaba), el hecho de que “ya era tarde”, lo que teníamos que hacer la mañana siguiente.
Había demasiado.
Pero nadie hizo eso. Todos estuvimos presentes. Y no sé las razones de los demás, pero sí sé cuál fue la mía. No vivir mi vida en piloto automático.
Con eso me refiero a negarme a vivir experiencias que me recuerden la alegría de estar vivo. ¿Cuál era el problema realmente de meterme en una piscina con el agua helada? ¿Había en verdad un impedimento hoy por lo que tenía que hacer mañana? ¿Estaba tan cansado que no podía sacar tiempo para pasar un rato con las personas que aprecio?
Ninguno. No. Y no. En ese orden.
Meses atrás, tomé una decisión que hasta el día de hoy ha cambiado mucho de cómo percibo la vida: no iba a permitir que mi propia vida me pasara de largo.
Es decir, me propuse darle prioridad a todos aquellos momentos que me daban felicidad.
Y luego un día cualquiera, me topé con esta frase de Joshua Medcalf:
Tantas personas se encuentran ocupadas y deciden pasar por alto cosas que tienen el potencial de hacer sus vidas significativas. Cada persona sobre la tierra cuenta con los mismos 86.400 segundos cada día, y cada quien hace lo que quiere con ese tiempo. Pero en realidad, hay tres cosas que puedes hacer: desperdiciarlo, gastarlo o invertirlo.
Desperdiciarlo no es opción para mí. Por eso procuro gastarlo viviendo experiencias que enriquezcan mi vida, o invertirlo en aquello que me apasiona.
No vivas en piloto automático.
No te prives de momentos que pueden ser memorables. No saques excusas para lo que en tu corazón quieres hacer. No te justifiques para no dar el primer paso. No digas “después tendré tiempo para eso” porque no lo sabes. No te niegues a improvisar un poco, hacer algo diferente y salir de la rutina.
Otra forma de verlo es la siguiente.
Aparta un espacio (de 40 minutos a 1 hora) y concéntrate en dar respuesta a estas preguntas:
¿Qué harías diferente en tu vida si supieras que no existe forma de fracasar?
¿Qué podrías empezar a hacer hoy que te ayudaría a sentirte más orgulloso de ti mismo de aquí a un año?
¿Cuáles serían los tres cambios más grandes que tienes que hacer en tu vida para vivirla de forma distinta?
Con esas respuestas, vas a tener claro ese ideal de vida al cual deseas llegar. Y eso es muy importante, porque abre las puertas a descubrir exactamente qué es lo que valoras.
Bien sea una noche en una piscina con tus amigos más cercanos, una tarde recostado sobre el césped de un parque con tu familia, o un viaje inesperado al destino que tú elijas. Sin importar qué sea, la vida está llena de pequeños momentos por los que vale la pena estar completamente despierto.