Lo poco que aprendí tras haberme equivocado (una y otra vez)
Carpe Diem: Tips, hábitos y mindsets que te ayudarán a lograr más y a vivir una vida más plena, cuando cuentas con menos tiempo.
💬 Esta semana aprendí dos cosas muy importantes:
Aunque duela, siempre es preferible haberlo vivido.
Tengo más fe de la que me doy crédito.
🤔 Hoy me pregunto, ¿cuál es el punto de desear algo, si no vas a hacer nada al respecto?
🎧 Canción de la semana: Flightless bird, American mouth, de Iron & Wine.
¡Feliz lunes!
Este post inició como una carta para mí mismo. Una carta que merezco por estúpido, por confundir la A con la Z, por no comunicar lo que siento a tiempo, y por relegarme al último lugar de mi lista de prioridades. Una carta que tenía una intención muy clara: recordarme que este par de años recientes de mi vida no han transcurrido en vano, y de que a pesar de todas las situaciones complejas que he pasado, aun sigo respirando y aun sigo sonriendo.
Inició como una carta porque siempre he tenido la idea en la cabeza de que es imposible mentir en una.
Por eso… por el arte de decir la verdad y de no guardarme nada.
Hablar de los últimos tres años de mi vida es hablar de errores y de aprendizajes, de lágrimas y de vibrantes alegrías, de miedos y también de sueños, de malos hábitos y de perspectivas de vida renovadas. Hablar de estos años es hacerle frente a viejos demonios y a mentiras que me digo a mí mismo; es tener claridad que los mejores momentos son usualmente los menos planeados (o en mi caso, aquellos a los que dije no la primera vez); es abandonar la absurda idea de que seré feliz en cualquier momento en el futuro, pero no ahora.
En cierta manera (y sobre esto me percaté hace poco), he sido grandemente bendecido. De hecho, todos somos bendecidos, lo que pasa es que no nos damos cuenta de ello hasta que abrimos la boca y empezamos a decirlo en voz alta. Así me pasó a mí. Un día cualquiera hablando con un amigo caí en cuenta de los viajes que había realizado (que no eran pocos), lo cual me resultó extraño en un principio porque he pasado buena parte de mi vida deseando poder viajar y sabiendo al mismo tiempo que era algo que no podía hacer realidad enseguida. Pero tuve como una especie de momento de revelación en el que menciono Barú, Medellín, Miami, Orlando, Cartagena y Punta Cana, y la expresión de mi rostro fue de repentino asombro.
No había sido consciente hasta entonces de que había sucedido tanto en mi vida y que no había reparado demasiado en ello.
¿Acaso no es loco esa idea?
Tú sabes… la idea de que las cosas pasan y no nos damos por enterados.
Y lo más loco de todo es que estos viajes ocurrieron en simultáneo a épocas difíciles de mi vida. Épocas en las que lidiaba con temas complejos como una separación, quedarme sin trabajo o no contar con el dinero suficiente para lo que fuera. En otras palabras, tuvieron lugar precisamente en los momentos en los que era más fácil (y más lógico) decir que no.
Entonces las preguntas surgieron:
¿Cuántos de esos momentos me he perdido a lo largo de mis 35 años de vida?
¿Qué recuerdos he dejado de vivir por ni siquiera estar en la disposición de buscar soluciones o alternativas, y buscar maneras de hacerlo posible?
¿De verdad quiero seguir viviendo de esta forma?
Juro por Dios que a veces pareciera que mantengo conversaciones con dos versiones opuestas de mí mismo. Una que no le teme a asumir riesgos y a vivir experiencias nuevas; y otra que se destaca por requerir de circunstancias ideales para animarse a hacer algo. Resulta casi como esas series de los 90 (y algunos dibujos animados por supuesto) en las que el protagonista se enfrentaba a una decisión crucial que determinaba el rumbo de la historia, y de repente aparecían dos personajes: un demonio en su hombro derecho, y un ángel en su hombro izquierdo. El demonio le susurraba lo que moralmente era incorrecto, y el ángel apelaba a los principios y valores del protagonista, indicándole lo que debía hacer en esa situación en particular.
Entonces me he visto muchísimas veces en ese cruce entre dos caminos, aunque no tan moralmente opuestos entre sí.
Me refiero a que la vida usualmente nos coloca dos opciones enfrente: una que realmente deseamos, y otra que sabemos es la opción más segura y que generará menos fricción en nosotros. Es decir, siempre existirá una opción cómoda. Y por lo general, debo confesar, elegía a esta última por encima de la primera.




Alguien dijo una vez que la vida se encuentra al otro lado de la incomodidad, y personalmente pienso que es cierto. El fin de semana de mi cumpleaños, por ejemplo, casi que termino no haciendo absolutamente nada porque no sentía que estaba en una posición sana de permitirlo. Después de todo, luego de los cambios a los que me he enfrentado desde finales del año pasado, mi vida se ha sentido como un remolino que no se detiene nunca y, en lo que se refiere al aspecto emocional y financiero, bastante lejos de cómo me imaginé que estaría.
Así que internamente venía luchando contra estos sentimientos (que ya luego se podría debatir qué tan correctos o no son), y no consideraba que estaba de ánimos para irme un fin de semana a Cartagena.
No obstante, y esto debo admitirlo, era justamente lo que necesitaba.
Sucedió lo mismo con el viaje que hice a Orlando con mis mejores amigos. Al principio no quería. Simplemente no era el momento adecuado. Pero terminó convirtiéndose en una de esas experiencias que recordaré siempre.
Y entonces se me ocurrió algo… ¿para qué esperar?
¿Para qué posponer ese viaje que se te está presentando de un momento para otro?
¿Para qué colocar trabas si es algo que, en el fondo, lo deseas?
¿Para qué llenarte de excusas y decir “ahora mismo no”, cuando tal vez sepas lo bien que le hará a tu alma animarte a hacerlo?
Hablo de viajes sí, pero realmente puede ser cualquier otra cosa. Puede ser aceptar ese trabajo, iniciar ese proyecto, renovar tu casa, visitar ese sitio con tu familia, acompañar a ese amigo, o mudarte a esa ciudad.
Desde hace un tiempo entendí que estaba cometiendo una equivocación gravísima, y era no considerar ninguna época de mi vida buena suficiente.
Déjame decirte algo: las circunstancias rara vez serán las ideales. El dinero en el banco puede que no llegue a esa cantidad imaginaria que quieras ver; puede que las deudas aún estén allí; puede que todavía no cuentes con el tiempo libre que deseas; puede que incluso emocionalmente no te encuentres de ánimos para hacer nada. ¿Sabes qué? Yo he estado ahí también contigo. Pero esperar a que todo eso se resuelva para empezar a cumplir sueños es un error que te costará toda la vida.
En los años más recientes he comprendido que el verdadero valor de la vida radica en aprovechar al máximo el tiempo que se nos es dado.
Y eso no necesariamente quiere decir prestarle atención al demonio que se asoma sobre el hombro derecho. Eso quiere decir, por el contrario, ser conscientes de que siempre tendremos la opción de hacer todo lo posible porque las cosas que siempre hemos deseado ocurran.
No hay otra forma de decirlo.
Un paréntesis (sólo porque me encanta esta cita que encontré en línea, y pienso que aplica a la perfección):
La vida se pone bonita cuando tú decides verla así. Ponle amor a lo que haces, vuélvete tu prioridad, cree ciegamente en tu potencial, agradece todo incluso lo que todavía no entiendes. La vida cambia cuando uno lo hace.
Así que de nuevo, ¿para qué esperas?