¡Feliz lunes!
Este fin de semana estuve en una cabaña campestre en las afueras de Medellín. Un lugar que no pensé en conocer hasta muy pocas horas antes de dar inicio al viaje.
La vida se trata de pequeñas sorpresas.
Siempre lo he creído.
Pero muchas veces nos dejamos afectar por todo lo negativo que nos rodea, de forma que nos cerramos ante las posibilidades de crear experiencias nuevas, de vivir algo diferente. Es por eso que pienso que la vida no solo se trata de los sueños que uno tenga, sino de lo que uno termina haciendo por ellos.
Así me sucedió a mí.
Me preocupé tanto por el dinero para el viaje que no empezaba a sacar cuentas cuando ya estaba concluyendo que realmente no me alcanzaba. Mi mente, como es natural, no deja de pensar en algunas cosas aun si me propongo no hacerlo, así que la idea daba vueltas en mi cabeza una y otra vez. Quería hacer el viaje, pero habían tantos escenarios por cubrir.
Estaba el dinero para tiquetes, el dinero que gastaríamos estando allá, el trabajo de mi esposa, mi trabajo, las cosas que queríamos adelantar en el apartamento al que recién nos acabábamos de mudar.
Sencillamente, podía enumerar más las razones por las que no que las razones por las que sí.
El problema es que en el fondo está el deseo, pero luego la cabeza ingresa en la ecuación sin que nosotros se lo hayamos pedido.
¿Acaso no sucede igual casi que a diario en nuestras vidas?
Nos llenamos de todos los motivos por los que en realidad no nos animamos a vivir experiencias con todo el potencial de enriquecernos el alma.
Entre más llenes tu mente de pensamientos positivos, más cosas increíbles encontrarán morada y sucederán en tu vida. Esto es gracias a que atraes aquello en lo que más piensas.
Y entonces tomé la decisión de ir.
¿Cómo?
En lugar de enfocar la situación desde la perspectiva del problema, empecé a girarla hacia el lado de las soluciones.
Cuando mi mente pensó en el dinero, tracé límites de gasto con mi esposa con el objetivo de no gastar en exceso. Con los trabajos, buscamos los beneficios que las empresas de ambos nos ofrecían y que ninguno de los dos había considerado antes.
Al reaccionar, nos dimos cuenta de que ya teníamos todo solucionado. Lo que nos hizo falta desde el inicio fue habernos centrado en lo positivo y no en lo negativo.
Y una vez logramos ver “el problema” bajo esa nueva luz, todo empezó a fluir porque buscábamos las formas de hacer realidad algo que en el corazón ya se encontraba.
Fue así como en la noche del viernes por ejemplo, nos sentamos al pie de una piscina, las manos de todos sosteniendo unas copas de vino, y mantuvimos conversaciones acerca de música romántica (la cual, debo decirlo, en algún punto cantamos a todo pulmón), de viejas anécdotas que me involucraban siempre (me di cuenta de que tal vez era un poco inmaduro antes), y de cómo estar tan apartados de la civilización en una cabaña en la mitad de la nada nos recordaba el inicio de toda película de terror que cualquier persona haya visto en algún momento (lo cual terminó por generar risas nerviosas que ni siquiera nos molestábamos en ocultar).
Luego, la mañana siguiente. El desayuno. Salir al jardín y contemplar el paisaje. Tomar asiento y hablar sobre cualquier cosa. Comer, descansar, volver a comer.
¿Cómo es que se me había ocurrido no venir?
La tarde del sábado la pasé junto a mi esposa. Compartiendo vino y sobras del asado de la noche anterior. Hacía calor a pesar de que los rayos de sol se estrellaban en los parasoles del patio trasero. Había silencio, pero también se escuchaba el cantar de los pájaros y de lo que parecían ser unos patos (a quienes nunca pudimos ver de verdad y comprobar nuestra teoría).
En fin, tomaría la misma decisión de tener nuevamente la oportunidad.
Pude haberme quedado en casa y hubiera estado bien. Sin embargo, no tendría este fin de semana tan claro en mi memoria como lo tengo ahora.
A veces, para poder vivir en el momento, es necesario dar el primer paso para que todo lo bonito venga después.
Nota mental:
Los obstáculos siempre van a irrumpir en nuestra vida. No se trata de evitarlos, sino de encontrarles una posible solución.
En ocasiones, nos inclinamos hacia un no sin antes haber hecho el ejercicio de sentarnos y tomarnos el tiempo de tener en cuenta todos los detalles. En mi experiencia, siempre hay una o dos alternativas para un problema.
Tendemos a agrandar las dificultades, haciéndolas más grandes de lo que en verdad son. No lo hagamos. Es mejor considerar cada una por aparte y valorar lo que podríamos hacer para superarlas.