¡Feliz domingo!
En esta semana ha pasado de todo un poco. En medio de las responsabilidades del trabajo y lo que sé que se viene en un futuro cercano, en medio de los planes (que en un inicio se veían lejos) para mudarnos de apartamento, en medio de las tareas del hogar (de las que mi esposa naturalmente se aprovecha de mí), en medio de todo eso, debía encontrar el tiempo para escribir.
Y a raíz de eso traje de vuelta otros momentos de mi vida en los que sentía que las circunstancias me superaban.
Circunstancias en las que simplemente había mucho que tenía que hacerse, circunstancias tristes, circunstancias en las que experimenté soledad, circunstancias en las que no hallaba mi camino.
Creo que todos pasamos por allí. Por un callejón en el que no logramos ver la salida ni tampoco se nos es posible retornar al inicio.
Este lunes, mientras compartíamos pizzas y vinos, en una cena en un lugar que se llama Bernys, mi esposa y mi mamá empezaron a recordar anécdotas viejas de la familia. Mi mamá, como es de costumbre, habló acerca de cómo yo fui sobreprotegido por haber sido el primer hijo (y cómo mi hermana no corrió con la misma suerte), de que hasta el día de hoy se me dificulta muchísimo tragarme una pastilla sin importar la cantidad de agua (a lo cual mi esposa asintió con demasiada seguridad), y acerca de la ocasión en la que, cuando tenía quizás unos cuatro o cinco años y disfrazado de Superman, me quería tirar por el balcón del apartamento en el que vivíamos convencido al 200% de que podía volar.
No sé muy bien qué o quién lo impidió (detalle que pregunté y pregunté pero ni mi mamá se acordaba), pero gracias a Dios nunca me lancé. Yo cuento con una memoria terrible, pero esa historia quedó como una imposible de olvidar.
(La prueba de que sí me disfrazaba de Superman)
En la mesa todos comían al tiempo que mi esposa contaba acerca de su relación con su hermano (o más bien, acerca de todo lo que le hizo a su hermano cuando eran niños, siendo ella la mayor). Andrés, su hermano, aun guarda una cicatriz del día en el que le cayó un camión de bomberos de juguete en la boca. Recuerdo que miré a mi esposa y me devolvió la mirada con un gesto que estoy bastante seguro traducía algo así como “no sabes con quién te casaste”.
Antes de terminar la cena, hubo un pequeño instante en el que pensé en un sentido más general acerca de todas las historias que compartimos. Me dije a mí mismo:
“La verdad es que he sido afortunado, he sido bendecido. Hoy estoy sentado aquí a pesar de todo lo que he pasado en la vida”.
Y sí, además de las risas, también he atravesado por momentos difíciles. Pero esa noche me di cuenta de que nunca me di por vencido, de que siempre conté con algo que me impulsaba hacia adelante. De niño, desconocía qué era. Hoy en día puedo decir que se trataba del deseo por encontrar mi propósito en la vida.
“No te avergüences de tus fracasos. En cambio, aprende de ellos y comienza de nuevo - Richard Branson.
Para avanzar, es clave que podamos soltar, que podamos dejar ir. Es imposible vivir en el momento si constantemente nos recriminamos por las decisiones del pasado o si nos preguntamos qué hubiera pasado si…
Las decisiones ocurrieron y tú eres quien eres ahora. Lo demás no importa.
Si quieres empezar a dar pasos en la dirección correcta, ten en cuenta lo siguiente:
La motivación te ayuda a iniciar, pero son los hábitos los que te permiten ser consistente. Encuentra tu motivación (¿cuál es mi meta?) y diseña los hábitos que te ayudarán a llegar hasta allí.
Las crisis y los fracasos no son opcionales en la vida, son necesarios.
La próxima vez que pienses sobre alguna posibilidad o error en el pasado, recuerda que no estarías donde estás ahora si no fuera por ellos.
Acepta las circunstancias y sigue adelante.
La vida siempre otorga segundas oportunidades.