¡Feliz domingo!
Esta semana me sucedió algo particular.
Fui a almorzar a la casa de mi mamá, lo cual sucede muy a menudo ya que queda muy cerca de donde trabajo. Abro la puerta del apartamento y en un segundo tengo los ladridos y la emoción de Mia, una french poodle que salta por todos lados cada vez que me ve. Mi mamá sale detrás a saludarme y mi hermana, que es tres años menor que yo, me saluda y se sienta en la mesa enseguida.
Damos un par de bocados y ya estamos todos recordando la última vez que mi mamá lloró (hecho que siempre sucede inmediatamente después de reírse fuerte). Incluso en ese instante, después de reírse por los comentarios que hacíamos, empezó a llorar.
Cambiamos de tema.
Ahora nos centramos en la dieta absurda de mi hermana, como la llama mi mamá. Y la verdad es que es una dieta incomprensible porque come lo que no debería y no come lo que debería. O algo por el estilo. Lo cierto es que en un momento dado, al reaccionar todos y mirar los platos, nos dimos cuenta de que había comido el doble de lo que me sirvieron a mí. Nos miramos de reojo y de alguna manera ya todos sabíamos lo que estábamos pensando.
Amo a mi hermana, pero alguien debería decirle que se ve perfecta así y que tras años de cuidar tanto su peso, ya es tiempo de que deje de preocuparse en exceso por lo que come.
Lo particular ocurrió cuando terminamos de comer. Mi mamá se alegró de que me estuviera yendo bien en el trabajo y se fue a su cuarto. Mi hermana hizo lo mismo refunfuñando algo que la verdad no entendí. Crucé a la sala, que estaba a pocos pasos de la mesa del comedor. Era mediodía. El sol estaba alto. Abrí la ventana y dejé correr la brisa dentro del apartamento. De repente, se hizo un silencio que me obligó a cerrar los ojos. No para dormir. Sino para ser consciente de mi propia vida.
No sé a cuantos les sucede esto, pero llegan instantes específicos en los que empezamos a imaginar lo que tenemos alrededor y nos vemos a nosotros mismos ocupando un lugar en el centro. Es como si pudiéramos tener la perspectiva desde arriba, como si otra persona estuviera narrando los hechos de una historia en la que somos los protagonistas.
(Foto por Elwin de Witte - Unsplash)
Eso me pasó.
Y fui consciente de que no cambiaría por nada la conversación que tuve con mi familia a la hora del almuerzo. Reírme a carcajadas con mi mamá y mi hermana es un momento que sé perdurará con el paso del tiempo. Lo sé porque ningún otro pensamiento ocupaba mi cabeza. Nada más importaba en ese preciso instante. Estaba 100% concentrado en ese fragmento exacto de minutos en mi día.
¿Cuántas veces podemos decir eso?
¿Pasamos los días pensando en el siguiente? ¿Vivimos cada momento recordando lo que tenemos que hacer más tarde? ¿Dejamos pasar valiosos recuerdos porque algo más nos está dando vueltas en la cabeza?
Te conviertes en aquello a lo que le prestas atención - Epíteto
Muchas veces ignoramos lo bello que nos rodea y una de las razones principales es que realmente no estamos presentes en el momento.
Hoy, dejemos que cualquier otro pensamiento distinto a lo que estamos viviendo se esfume en el aire.
Hoy, demostrémosle a las personas que amamos que son importantes porque tienen toda nuestra atención.
Hoy, vivamos en el presente.
Nos daremos cuenta de que es la única forma de ser verdaderamente felices.